De un tiempo a esta parte, Nintendo ha cambiado su filosofía de colaboración con compañías externas, multiplicándose las presencias de sus licencias en manos de terceros. Si bien es algo que lleva ocurriendo años (por ejemplo, Minish Cap en GBA, desarrollado por Capcom) recientemente se ha visto un impulso a esta política, traducida en cosas tan impensables como un videojuego de Mario desarrollado por Ubisoft, una compañía occidental. Fruto de esta política también surgió en la pasada generación Hyrule Warriors, una mezcla del universo The Legend of Zelda con el concepto “musou” de enfrentar a personajes contra ejércitos innumerables en un estilo hack´n slash, el cual Omega Force ha convertido básicamente en su especialidad. Desde el surgimiento de ese spin-off, resultaba evidente que Fire Emblem era una licencia idónea para el concepto, y, aunque se hizo de rogar, por fin está entre nosotros.
Fire Emblem es una franquicia que en los últimos años ha pasado del ostracismo más absoluto, siendo esencialmente una saga nicho dentro de Nintendo, a ser uno de sus principales activos en ventas, crítica y popularidad, incluso logrando la suficiente relevancia para recibir spin-offs, como la colaboración Tokyo Mirage Sessions#Fe con Atlus o el “gatcha” de móviles Fire Emblem Heroes. Gran parte de la culpa de este renacimiento la tienen Fire Emblem Awakening y Fates, las dos entregas más recientes de Nintendo 3DS, que adaptaron la fórmula a un público más amplio —para bien y para mal—. Warriors, en esencia, ofrece exactamente lo que podemos imaginar de un juego musou de Omega Force, y para quien sea conocedor de este concepto, probablemente ya de partida puede reconocer sus principales virtudes (jugabilidad directa y arcade, toques estratégicos y una tendencia al exageración) y defectos (su extrema repetitividad y sus picos aleatorios de dificultad).